Letras Sangrantes

domingo, 11 de noviembre de 2007

Me gustan los hombres, no los maricones...

No se confundan. No soy una "homofóbica". Sé que puede malinterpretarse. De hecho, ha varias personas que le comente la confección de este post parecían no esperarse algo semejante a la discriminación "por tendencia sexual" de mi parte.
Yo no hablo de los homosexuales, ni tampoco, en su versión más agringada, de los gay. La palabra maricón hace tiempo que se cambio por estos mejores sinónimos.
En estos últimos días he asistido a un congreso de literatura y he observado una muy interesante costumbre entre los panelistas: cada vez que hablaban sobre un término, definían claramente en que términos lo iban a usar. Aquí yo haré lo mismo.
Yo sólo me refiero a las personas cobardes, esos "pocos hombres", últimamente tan poco pasables para mi persona. Son tan difíciles de definir, que sólo he encontrado este término tan "machista" para nombrarlos. Palabras como: "machíto", "hombrecito", y bla bla, son tan comunes, al igual que su carga sexual, algo que no me sirve en este momento.
Pero yo no hablo de algo que conlleve al género. Me refiero a "poner la cara", "mojarse el potito" y quizás hasta de "poner las manos al fuego". Lo planteó así simplemente porque esta reflexión nació de variadas situaciones con mis contemporáneos del género opuesto. Después de masticarlo un poco, eso sí, me he dado cuenta que no es cosa de ser mujer u hombre, sino que de algunas vilidades del ser humano en general.
Es así que:
  • Me gustan los hombres que miran a los ojos y que buscan lo mismo. Que me miren a la cara me da confianza en sus palabras y me permite conocer al que miente o como ha de mirar en el futuro cuando lo haga.
  • Me gustan los hombres de palabra, que cumplen, que no esperen que siempre los esperen. Que lleguen cuando tiene que llegar y no después.
  • Me gustan los hombres que meten la pata porque se han lanzado a la vida. Me gustan torpes y nerviosos porque están en un momento y lugar en donde no quisieran estar en ese momento, sino a kilómetros de distancia. Simplemente están, dignos, aunque todos los de más se hayan ido.
  • Me gustan los hombres que no tiene miedo. No he dicho que vivan en el riesgo constante, exponiendo sus vidas, cuerpo e integridad física. Digo de los hombres que asumen los pasos que han seguido, sus pasos dados, asumen sus culpas y soportan las consecuencias que les siguen, sean malas o buenas. Pero hay un detalle: un hombre también reconoce sus logros y sobrellevan el éxito.
  • No me gustan aquellos que nunca tienen culpa y por lo tanto nunca buscan una solución. Quizás esto no sea tan grave como aquellos que si sospechan que hay algo que pasa, pero tienen tanto miedo que sea su culpa y por eso no hacen nada, dejan pasar y confeccionan una eterna nebulosa, que los sigue constantemente.
  • Amo a esos hombres que se reconocen como tales ante el mundo y por ellos, reconocen lo que son los demás a su alrededor. Saben como los demás influyen en su vida y como influye en la vida de ellos a su vez. Por esta razón, odio a aquellos cobardes que abusan de su poder para maltratar a los que lo rodean y abusan, sin discriminación, no sólo de los desconocidos, sino que también de los que más los quieren.
Así, ya nada es tan sensible a mis ojos.
No quiero ser tajante. Sólo quería salir de mi mutismo de una vez por todas. Todas están cosas son difíciles, yo las trabajo día a día con grandes fracasos pero también satisfacciones. Todo es relativo y este mismo texto puede interpretarse de diversas formas. me hago responsable de los ofendidos.
Algo si puedo decir: esto es lo que quiero y busco.
Para mí.

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